EMPALIZADA DE CARDOS
De pronto la muralla de los cardos
cerró la tarde roja contra el cielo.
Entonces, sólo entonces, tuve sed
de avispa en el cansancio de la senda,
vi piedras, tan cerradas como un puño,
y el tiempo con disfraz de yeso en polvo.
Ayer era un espejo lo que es polvo;
y de aquellos ciruelos, estos cardos
morados y crispados como un puño
tapian ojos y voz, cierran el cielo.
Aquí —ni un paso más—, llegó la senda…
Yo continúo solo con la sed.
… Estaba el campo verde. Por la sed
corrían los arroyos. Aún el polvo
no era una cicatriz sobre la senda.
Luciérnagas vivían en los cardos
igual que las estrellas en el cielo;
la mano abierta, un ala; no era puño.
Arriba, en cada cardo surge un puño
que crece amenazando con la sed
que roba a cada nube de su cielo.
Aduana, empalizada, todo el polvo
se queda detenido por los cardos
que se alzan fantasmales en la senda.
Las ruinas, sus cascotes, en la senda
y huesecillos rotos donde el puño
descabezó jilgueros en los cardos.
Por un camino rojo va la sed
y un huracán con vórtice de polvo
los páramos abduce. Todo es cielo.
Ahora, caminando por el cielo,
las alas no precisan de la senda,
las nubes sustituyen hueso y polvo.
Ahora este pedrisco es aquel puño…
Pero aquella sed sigue. Aquella sed
que estaba en las raíces de los cardos.
Los cardos fronterizos con el cielo
son dueños de mi sed y de mi senda.
Son límite de un puño, vida en polvo.
VIVOS
¿Por qué dolerá tanto el estar vivos,
ser hijos de una lágrima, ser fiebre
de la enfermedad bella de la vida
que vamos trasmitiendo? ¡Cómo sufre
la sangre que se adensa en nuestras venas
y llega a convertirse en plomo puro!
Regresa en el otoño el ángel puro
y huyendo de la carne de hombres vivos
se nos llenan de atmósfera las venas…
Y el cuerpo pierde peso, sangre y fiebre…
Pero en la ingravidez huyendo sufre
la nube descarnada de la vida.
Sopeso barro y luz, tomo la vida:
volteo carne y fuego en hueso puro
y gozo del presente que me sufre
en su respiración de poros vivos.
Ya baja del crepúsculo la fiebre,
ya el alma es un tren blanco por mis venas.
Corazón, estación, vías de venas,
yo soy un pasajero de la vida:
maleta de mercurio, piel de fiebre,
el más contaminado, el menos puro,
con todo el barro crudo de los vivos
y el ala del arcángel que más sufre.
Nacido del amor, gozo que sufre,
insecto en telaraña azul de venas,
soy el abanderado de los vivos
con la bandera roja de la vida.
Un plomo que intentaba el vuelo puro
con el motor divino de la fiebre.
Pero la enfermedad mató a la fiebre
y tuve el gran dolor del que no sufre,
tan árido, tan lívido, tan puro
que desató las redes de las venas
hasta dejarme fuera de la vida,
ajeno a los difuntos y a los vivos.
Regreso hasta los vivos, a su fiebre,
contaminando vida, sed que sufre,
en cárceles de venas, hombre puro.
RAÍZ DE RÍO Y RAYO
Raíces que en mi cuerpo se hacen venas
autónomas de sed, son el dibujo
de viejos ríos fósiles fundidos
con limos de otra edad. Venas con ansia
de pan de corazón, lumbre de beso
con médulas eléctricas de rayo.
En sombra vais, residuos de aquel rayo,
—en agua al río oscuro de mis venas,
al alma en nubes cálidas de beso—.
Trazo con tizas de humo fiel dibujo
de exacta ambigüedad que mate el ansia
de trigos con mi corazón fundidos.
La fiebre con relámpagos fundidos
circuye mi epidermis; con un rayo
que se hace de ceniza llega el ansia
de miércoles que se ata con mis venas
al hombre y al arcángel… Ya dibujo
la vía de la luz y la del beso.
Veo la salamandra. Bebe el beso
de la lengua del fuego. Van fundidos,
prehistóricos mis huesos al dibujo
de vientos espirales donde el rayo
sutura y cauteriza en vivo venas,
arañas tejedoras de este ansia.
¿En qué pozo me ahogaron con el ansia?
Cayeron amapolas en el beso
y fueron repartidas por mis venas;
y en mis sentidos lúcidos fundidos
los poros, las ventanas para el rayo
que dentro me calcó su cruel dibujo.
Abstracto es en mis venas el dibujo
que como una enramada teje el ansia,
que activa el corazón y crea un rayo.
Los verbos llevo dentro; con el beso
al aire vuelven vivos y fundidos
y en la caligrafía nacen venas.
Yo llevo entre las venas el dibujo
de los siglos fundidos, llevo el ansia
del beso repetido en cada rayo.
CERCANA LEJANÍA
Estáis muy lejos todos. Pero el perro
se deja el corazón entre mi mano
y así me encuentro cerca de las vuestras
que tanto necesito. Ya es de noche
y dentro del silencio de las sombras
muy cerca estoy de vuestra lejanía.
¿Esto es la soledad? La lejanía
que aúlla desde dentro como un perro
rescata vuestras caras de las sombras.
Yo toco una por una cada mano
caliente en cada esquina de la noche
y son las manos mías, por ser vuestras.
En el silencio, voces. Frases vuestras
la luna copia desde la lejanía.
Con ella estamos en la misma noche;
nos imanta su piedra igual que al perro.
Hay una luna llena en cada mano:
vacía una medalla entre las sombras.
Abrazo por la espalda vuestras sombras,
—por el olor yo sé que son las vuestras—.
Las acaricio con mi torpe mano
y así os regreso de la lejanía.
Porque ahora ya os intuye, ladra el perro
que ausculta los latidos de la noche.
Estáis muy cerca todos esta noche.
Ausentes, sois presencia entre las sombras
y fiel vuestro recuerdo como el perro.
También estas palabras son las vuestras
que envío hasta un islote en lejanía
con tinta de la sangre de mi mano.
Ya vuela la tristeza en esta mano
y en la otra el corazón lleno de noche.
Titila en una estrella lejanía,
gotean los relojes en las sombras.
Mis manos, maniatadas a las vuestras,
palpan el corazón dulce del perro.
Y el perro en soledad lame mi mano…
Yo embarco hacia las vuestras esta noche
y de las sombras borro lejanía.
LA NIÑA DE LAS LAGARTIJAS
para Martina
Es la inocencia yerbanueva y niña
que ya bordó los cinco. Por sus ojos
la vida en dos planetas, rodeados
de nácares y azul. Miro en su boca
brotando la palabra con pureza
del hondo manantial de los arcángeles.
Qué grato, conversar con luz y sangre
mientras el césped huele a maravillas.
Qué grande la alegría y qué pequeña
la niña del jardín… Desde el rastrojo
el viento arrastra viejas briznas rojas
que verdes en su piel se van pintando.
Viniste niña sabia de los astros
de nebulosa añil, te besa el aire
que resucita en plumas, y te nombra
la voz del perro que nos reconcilia
con la luz inmanente, con el Todo
que en mis manos adultas se fragmenta.
Eres el alma en cuerpo de inocencia,
la médula del trigo, simple y blanco.
Y el arco iris va del malva al rojo
y teje una diadema entre tu carne.
No puedo no quererte. En tu sonrisa
todo medra hacia el sol desde la sombra.
Capturas lagartijas y las domas
con látigos de intensa yerbabuena…
Caen en paracaídas mariquitas,
despegan y alunizan en tus brazos
los mirlos, colibrís y pavos reales…
Y el perro por la yerba entre nosotros
como una llama blanca prende el gozo.
Tú ríes con la gracia y Dios se asoma
al borde de tu risa, y hay un braille
de rosas: el rocío por leerlas
se olvida de marcharse, aunque los rayos
del sol les amenacen con cerillas.
Niña de lagartijas, yerba y rostro
de mayo, tulipán de mariposas,
agua nueva que juegas por mi tarde.